Me hace falta caminar por la larga calle donde está ubicado Diario El Mundo y ver el movimiento de personas a mediodía, comprando frutas entre las amables señoras que las ofrecen, escuchando el ruido de una bulliciosa calle del centro de Gobierno. Los camiones de verduras con su perifoneo: “La papa, la papa, la papa…”.
Me hace falta ir a la peluquería -especialmente ahora que tengo más largo el pelo de lo usual- y conversar con la señora que sabe de memoria cómo cortármelo. Extraño los desayunos con amigos y los desayunos de trabajo que suelo tener para empezar el día con noticias interesantes. Extraño ir de paseo con mis hijos los fines de semana, el calor de la playa, la compra del supermercado, el restaurante chino que me gusta, ir por una cervecita con mi amigo Alejandro o el sushi con Leo. Extraño ver los atardeceres en medio del paisaje, sacar mi cámara, tomar fotos, contemplar la naturaleza.
La vida nos ha cambiado casi 180 grados desde inicios de marzo. Me sorprende salir del diario por la noche y no encontrar una alma por docenas de calles en el centro de San Salvador. A veces aparece por ahí algún perro callejero y uno solo ve uno que otro vehículo en la 49 Avenida. La vista de los centros comerciales desolados aflige, la Zona Rosa convertida en la Zona del Silencio es tan rara.
La imposibilidad de ver a tanta gente querida, el aprender a guardar distancia hasta con los compañeros y amigos más cercanos. El prepararse mentalmente a pasar fines de semanas enteros encerrados.
Hay de todo. Hay gente que cree que el distanciamiento social es no saludar. Yo sigo diciendo Buenos días o buenas noches y no todos responden.
Me ha costado acostumbrarme a tanto retén de policías y soldados. Usualmente los soldados más amables que los policías que lucen tensos.
Las filas de los supermercados que desaniman a cualquiera me han hecho descubrir cuál es la hora menos concurrida. Extraño ir a comer pupusas, a comer helados, pararme en los puestos de frutas de la calle cuando veo algo atractivo. Por increíble que parezca extraño las trabazones de tráfico aunque me encanta poder ir y volver del trabajo en solo 10 minutos.
La vida nos ha cambiado y nos seguirá cambiando. Los planes se nos han venido abajo, como personas, como familia, como empresas, como país. Ni el más estricto planificador pudo haber previsto esta pandemia y sus efectos. Yo quería encontrarme con mi hermano y su familia en mayo en un viaje, yo iba a ver a unos amigos queridos que me visitarían en Semana Santa, teníamos planes en el trabajo y con la familia y ahora solo tenemos dudas.
Todos vivimos en incertidumbre, en zozobra, con temores sobre nuestra salud, sobre nuestras, vidas, sobre nuestros empleos, sobre nuestros seres queridos, sobre el país entero, sobre nuestros familiares y amigos en otros países.
¿Hacia dónde va esto cuando ni los científicos más renombrados del mundo pueden predecirlo y los líderes políticos nacionales y mundiales siguen peleándose entre ellos pensando en la próxima elección y no en la supervivencia de su gente o de su especie?
Y luego tanto veneno, tanta toxicidad que uno ve en redes sociales. No solo de los profesionales de la maldad y la mentira que ya conocemos -esos de lengua envenenada que son incapaces de decir algo bueno de nadie- sino también de gente que creíamos sensata y que están frustradas, hartas de tanta cosa, con miedo, con incertidumbre, enojados. Y también a estos últimos hay que comprenderlos porque esto es difícil.
La fe en Dios parece escasear. Mucho más la sensatez, la empatía, la cortesía, la sensibilidad hacia los demás. Muchos cambios en solo unas semanas y esto solo es el inicio.
Pero volviendo al punto. Qué falta me hacen todos y que falta me hace de todo. Poder encontrarme con conocidos y desconocidos en el comedor donde almorzaba, ver el rostro y la sonrisa de la gente sin la mascarilla que el virus nos ha impuesto. Tenemos que sobrepasar esto, tenemos que cuidarnos y sobrevivir. Yo que soy creyente sigo confiando en el Dios y creo lo que dice el Salmo 91:"Si me invoca, yo le responderé, y en la angustia estaré junto a él, lo salvaré”. Que el Señor los guarde con bien, cuídense mucho y no salgan de casa sino es necesario que me encantará verlos cuando todo esto pase, porque va a pasar, Dios mediante.